18 de abril de 2012

Tan solo un sueño...

17.04.12
Hoy he tenido el que podría ser el mejor sueño de mi vida. Para mí, los sueños son algo increíble, pues es lo único en nuestra vida que no podemos controlar. Solo somos vulnerables cuando dormimos. Y los sueños pueden influirte muchísimo. Si tienes una pesadilla, y duermes poco, solo una noche puede causarte un mal día, incluso insomnio. Por eso y porque no podemos controlar lo que soñamos, para mi son tan importantes. Y yo hoy, soñé con ella. Al principio de mi sueño, estaba yo en casa de mi abuela con un amigo al que realmente ni conozco. No sé su nombre, solo que era romántico, simpático, tierno y vestía muy bien. Era moreno de piel, alto. Teníamos una relación casi fraternal, y el escenario del sueño cambiaba de la casa de mis abuelos a una casa de madera decorada como una tienda de ropa. De golpe me vi en una habitación. Esa habitación era pequeña, con suelo de parqué. Solo había una cama con un ordenador en frente y una estantería. Allí, en esa cama, estábamos sentadas con el ordenador ella y yo. Yo le enseñaba cosas y las comentaba con ella. No había cobardía, ni timidez, ni complejos ni orgullo en esa habitación. Dejé el ordenador y me tumbé junto a ella. Ella estaba boca arriba y yo apoyada en la almohada con el codo, apoyando mi cabeza en mi mano, mirándola. Ambas hablábamos, reíamos. Acerqué mis labios a los suyos y le di un pequeño pero dulce beso. Ella se sentó junto a mi. Estábamos en pijama, en aquella cama con una sola sábana. Podía ver la felicidad de mis ojos reflejada en los suyos cada vez que nuestras miradas se encontraban. Hablábamos sobre películas, sobre qué habíamos hecho el día anterior, sobre nuestras amigas y sobre lo que sentíamos la una por la otra. Me dijo 'te quiero' varias veces al oído y yo no podía dejar de sonreír. Ver que ella tampoco dejaba de hacerlo me hacia aun más feliz. Nos besamos, sentadas las dos en aquel colchon, la una en frente de la otra, sonriendo incluso cuando nuestros labios se probaban. Con pequeños y cariñosos besos frecuentes, nuestros labios jugaban a acariciarse, a amarse. Me tumbé, y seguía mirándola y sonriendo. Deslumbrada por su perfecta y delicada belleza, no podía apartar mis ojos de ella. Solo mirarla era tan placentero. Ese momento era sin duda, perfecto. Ella fué hacia mi, con sus labios directos a los míos. Volvió a besarme y me abrazó, poniendo su cabeza sobre mi pecho, sobre mi corazón, sintiendo como éste intentaba romperlo y salir de él con bruscos latidos. Se calmó en pocos segundos. Cerré los ojos sin apagar mi sonrisa y le acaricié el pelo. La música sonaba en el ordenador, y la lista de reproducción hizo sonar la siguiente canción: Stranger, de Secondhand Serenade. Al oírla, mi sonrisa creció. Ella levanto la cabeza de mi pecho, y aún abrazándome, me miró y me besó. Se tumbó junto a mi y seguimos con el prolongado beso lleno de cariño, amor, ternura... acaricié su cuello y ella mordió mi labio inferior con delicadeza. Adoro cuando hace eso... ella puso una mano sobre mi corazón, que ahora latía con aún más fuerza. Así nuestros labios y sentidos siguieron jugando hasta que la canción acabó. Separamos nuestros labios, nos pusimos frente a frente y nos miramos a los ojos. Derramé una lágrima de felicidad, a la cual ella respondió con una sonrisa, haciéndome sonreír a mi también. "Tengo hambre", dijo. Se me ocurrió una idea. Salí de la habitación y volví a entrar con una tarrina de helado y dos cucharas. Volví a sentarme junto a ella, abrimos el helado y lo compartimos. La música sonaba por toda la habitación, haciendo que cada momento junto a ella fuera aún más perfecto. Compartimos cucharadas de aquel frío helado que nos hacía estremecer por el contraste con el ambiente templado de la habitación. "¿Sabes? Este está siendo el mejor día de mi vida." me dijo. "El mejor día y los mejores momentos de la mía, mi amor. Sin duda." dije yo. Sonrió y agachó la cabeza para ocultar su rostro ruborizado. Se la veía feliz... Bueno, lo era. Me sentí feliz y orgullosa en aquél momento. No había palabras para describirlo. Deseé que ese día no acabara nunca. La habitación iluminada por el ventanal fue tornándose oscura a medida que la noche se acercaba. Volvimos a tumbarnos, cara a cara, agotadas. Nos miramos a los ojos y se durmió en cuestión de minutos. Pasé la noche mirándola, abrazándola, acariciando su pelo y su cuerpo. Amaneció junto a mi, y con una sonrisa le susurré "buenos días, princesa". Ahí, justo ahí, acaba mi sueño. Quise llorar al darme cuenta de que no había sido más que eso, un sueño. Me entristecí solo de pensarlo, y sentí rabia. Pero ahora ha quedado aquí, escrito en forma de recuerdo. Lo recordaré hasta que, algún día, se haga realidad. 

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